Agathe despacha a un seductor con un aplomo desconcertante bajo el cual, sin embargo, se adivina cierta fragilidad. Samir que observa la escena tímidamente desde un rincón del café, se queda maravillado. En un momento, este joven amable y alelado con una mirada de una candidez desarmante, se enamora perdidamente de ella. Sin dudar ni un segundo, el joven compra un abono trimestral en la piscina municipal en la que Agathe da clases, rodeada por una curiosa tropa de empleados municipales. Cuando Agathe vuelve a marcharse para participar en un congreso internacional de monitores de natación, Samir hace la maleta inmediatamente.
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